Campaña del Puente de Aubonne
Contra la Represión y la Impunidad
 
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...Trauma...

· y reintegración

· Informe del Encuentro contra Represión y Trauma (26-27 Junio 2003))

 
 
 
   

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Trauma y reintegración

FORMAS DE RESPUESTA.

Hemos visto que cuando sufrimos una experiencia traumática de carácter político, tenemos la necesidad de integrarla en la vida. No se pueden poner paréntesis en la propia historia que uno ha vivido. Si una persona ha sido torturada es posible que intente olvidarlo, o intentar vivir como si nada hubiera pasado. Pero no se puede: tenemos necesidad de integrar esas experiencias en la vida, en el proyecto vital y político.

Muchas veces son las circunstancias externas las que dificultan esta integración (puede ser que en la familia no haya espacio para hablar de ello, o que la represión nos obligue a huir y no nos deje ningún momento para pensar en ello...). En otras, los intentos que la persona o el grupo han hecho para afrontar la experiencia (la desaparición forzada de un familiar, la tortura, el miedo, ...) no han sido útiles y puede que la experiencia trate de negarse o que resulte completamente abrumadora en otros casos.

Así, nos encontramos con tres situaciones posibles en relación a la integración de la experiencia, y que hemos llamado con tres palabras: "normalidad", "imposibilidad" y "reintegración".

La primera situación se caracteriza por intentar negar y reprimir el hecho de estar afectado por la experiencia y por lo tanto la experiencia misma. Una actitud de este tipo lleva a menudo a lo que hemos llamado "privatizar el daño", es decir a que las situaciones se vivan de forma aislada, sin darse espacio uno mismo ni con los otros, para integrarlas (el dolor se queda en uno mismo, y es muy difícil sacarlo para compartirlo con los otros).

Normalmente el contexto social opresivo y la necesidad de continuar la lucha pueden llevar a que la persona piense que es mejor intentar olvidar lo pasado, negar su impacto y seguir adelante.

De esta manera se impide el acceso a la conciencia y a los otros y se hace lo posible por esconder el conjunto de sentimientos y vivencias que la experiencia ha producido.

Sin embargo cuando el daño producido ha sido importante no sirve de mucho negar la experiencia y vivir una pretendida normalidad. Con el tiempo se va utilizando mucha energía en negar y reprimir los sentimientos y la persona cada vez tiene menos energía, menos fuerzas para la tarea de reconstruirse y dar sentido a las experiencias.

Se entra así en un círculo vicioso, ya que cada negación exige nuevas negaciones (ante sí mismo y ante los otros) y cada intento de reprimir consume más energía, más fuerzas.

Esta especie de "hacerse el fuerte" es normal, y puede ser útil en algunos momentos, por ejemplo cuando se necesita responder de forma inmediata a las amenazas (durante la tortura uno debe mantener sus defensas en la máxima alerta, o tras un atentado trabajar fuerte para hacer las denuncias, etc...), pero más tarde se convierte en un problema.

Para negar y reprimir la experiencia pueden ponerse en marcha algunos mecanismos de defensa. Los mecanismos de defensa no son de por sí negativos, son intentos que la persona hace para mantenerse, en un ambiente social que muchas veces es opresivo y cerrado. Sin embargo, con el tiempo, estos mecanismos de defensa consumen mucha energía y la persona se va debilitando. Entonces en lugar de servirle para seguir adelante,
se convierten en un problema que le deja cada vez más debilitada.

Muchos de estos mecanismos llevan a conductas de aislamiento o evitación (no querer relacionarse con otros jóvenes porque le recuerdan a compañeros asesinados, no querer tener noticias para no recordar vivencias pasadas, etc.). Estas conductas hacen más difíciles las relaciones afectivas y los vínculos sociales que son tan necesarios para reconstruir el proyecto vital y político.

Formas de respuesta individual

  • Negación: no pasó nada, ...
  • Fingimiento: hacer como si no pasara nada...
  • Ocultamiento activo: por ejemplo inventarse una historia que no tiene nada que ver.
  • Racionalización que distorsiona: no puedo tener miedo, debo ser más fuerte y
    olvidarme de lo que siento...
  • Evitación: evitar estar con gente, en ciertas situaciones...
  • Reprimir los sentimientos.
  • Tratar de no pensar.

Pero no sólo la persona puede poner en marcha algunos de estos mecanismos. También su familia o grupo de compañeros pueden utilizarlos. El grupo puede responder de esta manera tanto a experiencias que se hayan vivido como grupo, como a experiencias que ha vivido una persona del grupo (un compañero capturado y torturado...). Algunos de estos mecanismos de defensa que pueden ponerse en marcha en el grupo y a los que estamos haciendo referencia, se encuentran en el siguiente cuadro.

Formas de respuesta del grupo.

  • La vida continúa: sin parar un minuto, como forma de evitar una conversación "peligrosa" o de eliminar espacios para pensar...
  • El imperio del silencio: situaciones en las que no se habla de un tema porque los miembros del grupo prefieren no tocarlo (por ejemplo la desaparición de un familiar).

Se crea así una situación en la que entre todos se mantiene una especie de
"acuerdo" de no hablar. El fingimiento: hacer como si nada hubiera pasado aunque en lo privado cada uno es consciente de la situación.
La delegación en un miembro del grupo, al que se le considera el más débil o el único afectado ("a nosotros no nos pasa nada, es José el que está mal...").

Estos mecanismos son intentos por parte del grupo de mantener también una "pretendida normalidad", de hacer como si nada hubiera pasado. Con el tiempo estos mecanismos
hacen al grupo más rígido. Cuando el grupo se hace rígido, se consolida una estructura y unas relaciones entre los miembros que hacen más difícil abordar los problemas.

La rigidez del grupo supone también un aumento de tensión que a veces no se exterioriza, pero que hace saltar a la gente por cosas que en otra situación no tendrían mucha importancia.

La rigidez hace que las personas no se sientan apoyadas y que el grupo, en vez de fuente, se convierta en un gasto creciente de energía.

La segunda situación es la que se da cuando para la persona la experiencia ha sido tan abrumadora, que siente que le es imposible salir adelante ("ya no hay nada que hacer...ellos me han podido..."). La persona se encuentra debilitada por el convencimiento de que no puede integrar la experiencia, que no es posible reconstruir su vida.

Muchas veces esta situación se ha creado después de muchos intentos de salir adelante que no han dado buen resultado. Es posible que no se haya encontrado el espacio para hacerlo y la persona se encuentre "rota".

Otras veces los intentos de abordar la experiencia se han hecho cuando la persona se encontraba muy baja de energía y entonces se ha producido el convencimiento de que ya no se va a producir nunca. La persona siente que se encuentra en un pozo del que no puede salir. En el siguiente cuadro se recogen algunas situaciones frecuentes.

A veces es todo el grupo o familia los que viven una situación de imposibilidad. El grupo puede encontrarse "congelado" en el tiempo, pensando siempre en lo que pasó, en las ausencias, etc., viviendo un pasado abrumador. No se puede entonces vivir el presente, ni proyectar el futuro, y el grupo se encuentra "atado" a la experiencia.

Una tercera situación es la que hemos llamado reintegración. Reintegrar supone reestructurar la vida y la identidad como personas y como grupo, teniendo en cuenta la experiencia (tortura, persecución, desaparición, ...) y no negándola.

En general es más efectivo afrontar la experiencia y sus significados (por ejemplo, lo que ha supuesto la detención y tortura para la persona y su familia...) que la integración "pretendidamente normal" de la que hemos hablado (por ejemplo, hacer como si nada hubiera pasado...).
Para favorecer esa reintegración es útil compartir los sentimientos con los otros, evaluar la situación actual para proyectar el futuro y a veces ver también lo que la experiencia ha hecho crecer.

Uno de los requisitos previos para que la reintegración sea posible es aceptar la experiencia, lo que en realidad pasó y constatar su naturaleza.

La segunda cuestión es "resocializar" la experiencia (comprender, compartir, participar... ) para que así sea posible:
- integrar la experiencia y el sentido que tiene.
- superar la victimización.
- recuperar el protagonismo vital y social.

La reintegración de que venimos hablando, no es por tanto un proceso solamente individual, sino que es un proceso grupal, familiar y comunitario. Un proceso que es también un proceso de apoyo.

A lo largo de este libro hablamos de comunidad en un sentido amplio, como institución o lugar donde vive un conjunto de personas y familias, como grupo de trabajo, etc. Sin embargo, ahora hacemos énfasis en la comunidad como un grupo que comparte sus experiencias y tiene un sentimiento de solidaridad entre sí. La comunidad por tanto tiene una dimensión afectiva que se basa en unas relaciones humanas de mutuo conocimiento y apoyo.

El apoyo para que esta reintegración sea posible se basa en reconstruir las relaciones en el medio comunitario. Este apoyo puede ser apoyo social (no dejar a nadie solo...), material (en la mejora de la calidad de vida...), emocional (dar espacios para poder compartir los sentimientos más íntimos...), y un apoyo político (un encuentro con un profundo sentido ideológico y humano).